Lago Calima, foto de Patton en Flickr. El paisaje como elemento estructurador ha proporcionado a los seres humanos una base física para su sustento y dinámica sociocultural. Para analizar las relaciones entre paisajes y sociedades humanas es necesario analizar tanto los elementos ambientales que los componen (desde el análisis fisiográfico) como la dimensión social sobre la cual se producen y reproducen las relaciones entre individuos y grupos, y la dimensión simbólica que corresponde al entorno pensado, o sea, la construcción social del paisaje (Criado 1991, 1999). Desde estas perspectivas, la investigación llevada a cabo en el valle de El Dorado analizó los procesos de transformación del paisaje, con el fin de identificar los paisajes sociales producidos en el tiempo y en el espacio por los aborígenes prehispánicos que lo habitaron durante los Períodos Intermedio y Tardío. Desde el punto de vista temporal, estos períodos son representativos para la zona debido a la evidencia arqueológica que da cuenta de transformaciones sustanciales (a nivel demográfico, en las tecnologías agrícolas, los patrones de vivienda, las costumbres funerarias, la producción alfarera y la metalurgia) muchas de ellas evidentes en el paisaje. La arqueología del paisaje parte del reconocimiento del carácter cultural, social e histórico del espacio, así como de su importancia como elemento estructurador de los procesos socio-culturales tanto pasados como actuales (p.e. Bender 1993; Criado 1991, 1993; Ingold 1993; Tilley 1994) de tal manera que el estudio de la relación paisaje–arqueología permite pensar el espacio tanto como ente natural con todos sus elementos constitutivos, como el espacio construido por la gente a través de su historia. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario